Retomando la línea de la columna anterior, reflexionábamos sobre cómo en Colombia la clase política levanta con fuerza la bandera de la democracia —de dientes para afuera—, mientras que de puertas para adentro la incoherencia es la norma. Ese doble discurso, que se repite como ritual en cada campaña o foro, termina atropellando incluso a liderazgos nobles, genuinos y profundamente comprometidos con la construcción colectiva.
Ahora bien, alguien podría objetar: “¿Acaso es posible que exista una democracia interna sólida dentro de los partidos?”. Lo cierto es que sí existen ejemplos —y no son utópicos. Alemania es uno de ellos.
Este país se distingue por un sistema de democracia interna robusto, con niveles de participación que superan ampliamente el promedio internacional. En 2021, el 66 % de los militantes de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) participó en su primera primaria histórica. Por su parte, el Partido Socialdemócrata (SPD) alcanzó un 54 % de participación en su elección interna de 2019, que incluyó modalidades como el voto en línea y por correo. Además, su reciente elección federal de febrero de 2025 registró una participación ciudadana del 82,5 %, la más alta desde la reunificación. Alemania no solo combina normativas legales exigentes (como la Ley de Partidos), sino que articula mecanismos tecnológicos, cultura política y voluntad institucional. Esto la sitúa entre los sistemas democráticos más avanzados del mundo, muy por encima del promedio de la OCDE, cuya participación electoral ha caído del 75 % en los años noventa al 65 % en la actualidad.
El contraste es aún más evidente si miramos hacia los países nórdicos —Suecia, Noruega y Dinamarca— donde las tasas de participación electoral oscilan entre el 77 % y el 84 %, respaldadas por herramientas como el registro automático, la emisión anticipada del voto y una cultura de consulta ciudadana permanente.
Entonces, no: no es una fantasía pensar que en Colombia podemos fortalecer los procesos democráticos al interior de los partidos. Pero se requieren varios ingredientes clave: voluntad política real, educación ciudadana, conciencia social y reformas... reformas posibles, ejecutables, no solo retóricas. Porque si algo hemos demostrado en Colombia es nuestra capacidad de escribir las leyes más bellas, pero también de ignorarlas olímpicamente en la práctica.
Sí, será un camino largo. Habrá obstáculos, resistencias y retrocesos. Pero mientras exista constancia, puede haber esperanza. La pregunta es: ¿estamos preparados para asumir ese reto?
Estimado lector: la respuesta comienza con usted. ¿Estamos dispuestos a exigir democracia no solo en el Estado, sino también en los partidos? ¿O seguiremos validando con el silencio las decisiones tomadas entre unos pocos? Tal vez ha llegado el momento de dejar de normalizar lo inaceptable.
Comentarios