LISTAS AL CONGRESO: LA BATALLA QUE EMPIEZA ANTES DE LAS URNAS
- Andres Saavedra
- 9 nov
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Por: Andrés Saavedra.
Arranca la etapa decisiva: la inscripción de candidaturas al Congreso es un proceso que marca el pulso de la competencia política. El calendario para las elecciones legislativas fija la inscripción de candidatos entre el 8 de noviembre y el 8 de diciembre de 2025 —el cierre de esta fase antecede a la jornada de votación del 8 de marzo de 2026—, y con ello comienza la batalla por las listas, los cabezas de lista y, en última instancia, por los votos que garantizarán representación real.
La disputa no es solo de nombres: es técnica. En el Senado nacional existe una barrera del 3 % de los votos válidos para que una lista ingrese al reparto por el sistema; en las circunscripciones territoriales la regla aplica con una barrera equivalente al 50 % del cociente electoral (votos válidos divididos por las curules del departamento). En la práctica, eso significa que una lista nacional necesita cientos de miles de votos —si consideramos la votación al Senado de 2022 (18,1 millones de votos válidos), el 3 % equivale a algo más de 540.000 votos como referencia— para superar la barrera y acceder al reparto.
Esa matemática explica por qué hoy la pieza más difícil de armar es la cabeza de lista. No basta con tener recursos o estructura: se requiere una figura con reconocimiento, capacidad de arrastre y motivos para sumar votos más allá del propio electorado de partido. Por eso observamos una parada estratégica: partidos grandes y coaliciones buscan fórmulas híbridas —personas con perfil académico, líderes territoriales, figuras mediáticas o viejos congresistas con músculo electoral— para maximizar votos útiles. En los últimos días ya suenan nombres y movimientos: desde las maniobras del Pacto Histórico para consolidar su lista hasta las estrategias de independientes que recogen firmas para inscribirse. La política del 2025 mezcla el oficio tradicional con apuestas nuevas.
Las controversias afloran. ¿Listas cerradas o abiertas? ¿Liderazgos mediáticos o liderazgos regionales? ¿Acuerdos de última hora que diluyen propuestas programáticas? En la práctica, la competencia por la “cabeza” puede privilegiar apariencias sobre proyectos y reprimir la renovación. Y mientras las direcciones nacionales negocian cuotas y espacios —con toda la lógica del poder— el elector observa, muchas veces desencantado.
Frente a ese escenario técnico y a las pugnas partidistas, hay una verdad simple y poderosa: más allá de quién encabece la lista o del nombre que cierre acuerdos, lo que define la democracia real es el voto ciudadano. Tener una lista bien armada no reemplaza la responsabilidad del sufragio informado. El umbral se supera con votos y las curules se ganan con respaldo social, no con votos prestados. Por eso la conclusión no es menor ni romántica: la calidad del Congreso del próximo cuatrienio dependerá —al final del día— de la decisión individual de cada votante.
La invitación es clara: observe las listas, cuestione a los cabezas de lista, contraste propuestas y —sobre todo— vote con conciencia. El Congreso se redefine cada cuatro años, pero esa redefinición solo tendrá sentido si la ciudadanía pone el voto como acto responsable. Sin ese acto, cualquier buena lista seguirá siendo solo una fórmula matemática en un papel.



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