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FIDELIDAD Y DESILUCIÓN, LAS DOS CARAS DEL PACTO.

Por: Andres Saavedra Luna.


El resultado de la consulta interna del Pacto Histórico del 26 de octubre ha marcado un punto de inflexión, no por su capacidad de elegir un candidato, sino por el mensaje cifrado en las urnas: la base petrista es un grupo muy fuerte y unido.


Hay que ser quirúrgicamente objetivos. El Pacto Histórico demostró un músculo electoral que rozó los tres millones de votos, una cifra que, más allá de la maquinaria, ratifica una verdad ineludible: tienen una base militante, férrea y dispuesta a marchar con el gobierno hasta el final, inmune a escándalos de corrupción o los evidentes desaciertos de gestión. La lealtad, en este sector, es una divisa más fuerte que la rendición de cuentas.


Sin embargo, esta "victoria" es, a la vez, una confesión de debilidad estratégica. Saben que con su base no alcanzan la segunda vuelta; nace ahí la urgencia del llamado de Roy Barreras a construir un "frente amplio". La maniobra política de Roy guste o no, no se puede subestimar, podrá generar antipatía, pero su agudeza táctica es indiscutible.


El verdadero riesgo reside en que el oficialismo no solo cuenta con la solidez de su voto: tiene el control del aparato estatal. Poseen la burocracia que antes criticaban, manejan la chequera de la nación y ejercen influencia sobre entidades clave como la Fiscalía. Criticar el uso de la maquinaria es insuficiente; debemos reconocer que no dudarán en desplegar todo este poder institucionalizado para ejercer una presión electoral sin precedentes en marzo y mayo. El Pacto Histórico ha comprendido que el acceso al poder no es solo un fin, sino la herramienta más eficaz para perpetuarse.


La amenaza del continuismo no es solo electoral, sino un riesgo directo para la estabilidad del país, pues más allá de la polarizada "derecha", una vasta franja ciudadana observa con profunda inquietud el rumbo actual, evidenciado en una Diplomacia Errática que compromete nuestra reputación internacional; un Colapso Regional de la Seguridad que aumenta la violencia en las regiones, incluso en las que apoyaron al gobierno; una Deuda Social del ICETEX que sigue manteniendo a miles de jóvenes como rehenes de los créditos; y un Asedio a las Ramas del Poder en especial a la de la justicia, junto con un nulo diálogo con gobiernos municipales (alcaldes) y departamentales (gobernadores) que dificulta la administración y genera desconfianza.


Un ejemplo lacerante es la frustración en regiones como el Cauca y el suroccidente colombiano. La esperanza de obras, programas sociales y oportunidades se ha disuelto en un mar de discursos líricos y promesas sin ejecución presupuestal. La lealtad en las urnas no ha encontrado reciprocidad en el desarrollo.


Hoy más que nunca, el país necesita un liderazgo que no tema mirar hacia adelante. La política del resentimiento nos ha dejado divididos, cansados y con la esperanza hipotecada. No se trata solo de enfrentar al petrismo, sino de ofrecer una alternativa seria, técnica y humana, capaz de reconciliar a Colombia con su porvenir.


Llegó el momento de decirle sí al futuro, sí a creer en la capacidad del país para reconstruirse sin mesías, sí a la institucionalidad y los ciudadanos conscientes. Mientras unos se aferran al poder como si fuera un botín, otros creemos que el poder solo tiene sentido si se usa para abrir caminos. Porque el futuro no se defiende con discursos, se construye con carácter. Y ha llegado el momento de elegir entre seguir atrapados en la narrativa del pasado o decir, con convicción y sin miedo: Sí, al futuro.









 
 
 

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