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DEL ESPLENDOR A LA FRACTURA: LOS EGOS QUE NOS CONDENARON (II)

Si el Gran Cauca representó la grandeza, lo que vino después fue el lento declive de una región que no supo cuidar lo que tenía. La fragmentación territorial marcó el inicio de una nueva etapa, en la que los departamentos nacidos de esa división —Valle, Cauca, Nariño, Huila, entre otros— comenzaron a caminar por separado, cada uno persiguiendo su propio destino. Lo que pudo haber sido un proyecto regional sólido y articulado terminó convertido en una suma de esfuerzos aislados y, muchas veces, contradictorios.

El problema no fue solo la división territorial. Lo verdaderamente grave fue que los liderazgos que surgieron después se dejaron consumir por las vanidades, las rivalidades y, sobre todo, por los egos. En lugar de trabajar por el interés común del suroccidente, se pensó en cuotas de poder, en posiciones personales, en el brillo individual por encima del bienestar colectivo. Esa dinámica nos fue quitando fuerza frente al resto del país, hasta que el suroccidente dejó de ser referente nacional y se convirtió en un actor secundario.
En la historia republicana posterior a la disolución del Gran Cauca, sí hubo liderazgos destacados: Guillermo León Valencia, presidente de Colombia, o Alfonso López Pumarejo, cuya influencia tocó a esta región. Sin embargo, esos momentos fueron excepciones y no la regla. Lo que predominó fueron los errores estratégicos, las luchas internas y la incapacidad de proyectar una visión compartida.

Mientras Antioquia consolidaba un modelo empresarial que lo catapultó al desarrollo, y la Costa Caribe encontraba en su diversidad cultural una bandera de peso nacional, el suroccidente se fue diluyendo. No logramos construir un proyecto que nos uniera. La dispersión política y las ambiciones personales terminaron desgastando la influencia que alguna vez tuvimos.

El Valle del Cauca, con Cali a la cabeza, intentó en varias ocasiones liderar el rumbo regional, pero chocó con la desconfianza de sus vecinos y con sus propios problemas internos. Popayán, que fue cuna de presidentes y juristas, quedó rezagada, convertida en un centro histórico y cultural, pero ya sin la fuerza política de antaño. El Cauca, con sus tensiones sociales no resueltas, se convirtió en un escenario de conflictos que, lejos de atraer desarrollo, alejaron inversión y atención estatal.

No podemos tapar el sol con un dedo: fueron los egos, las vanidades y la falta de visión de largo plazo lo que condenó al suroccidente. Nos dividimos cuando debíamos unirnos, nos peleamos por migajas de poder cuando lo que estaba en juego era el futuro de toda una región. Y así, lentamente, pasamos de ser grandes a ser irrelevantes en la política nacional.
Hoy, cuando miramos hacia atrás, es imposible no sentir enojo. No fuimos derrotados por falta de talento ni por escasez de recursos; fuimos derrotados por nosotros mismos, por esa tendencia a anteponer el interés particular sobre el colectivo. Esa herida sigue abierta, y explica por qué hoy carecemos de peso en las decisiones del país.

El suroccidente colombiano perdió su grandeza no por obra del destino, sino por sus propios desaciertos. Y hasta que no enfrentemos esa verdad incómoda, será imposible pensar en recuperar el lugar que alguna vez tuvimos.

Andrés Saavedra.

Octubre 12 del 2025

@AndresSaavedra_ - @asaavedraluna


 
 
 

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