El segundo trimestre de 2025 dejó al descubierto una paradoja inquietante en Colombia: mientras la construcción de vivienda se desplomó 9,7% anual —intensificando la caída del trimestre anterior—, el financiamiento para su compra creció con fuerza (+18,9%). En otras palabras, la gente quiere y puede comprar, pero no hay suficiente producción nueva para responder a esa demanda. Un contrasentido que, de no atenderse con visión de largo plazo, podría transformarse en un cuello de botella para el desarrollo del país.
La contracción fue evidente en casi todos los segmentos: apartamentos (-6,1%), casas (-24,5%), oficinas (-25,3%) y bodegas (-17,8%). Menos obras nuevas y menos entregas significan que el motor productivo de la construcción sigue perdiendo dinamismo. En contraste, los desembolsos de crédito y leasing habitacional repuntaron con fuerza, en especial en vivienda usada (+33,5%), mientras que la vivienda nueva apenas avanzó un 10,4%. El mensaje es claro: hoy el mercado está respondiendo con inventarios acumulados, pero si no se reactiva la edificación, pronto nos encontraremos con una escasez de oferta que elevará precios y limitará el acceso.
La buena noticia es que el acceso al crédito empieza a mejorar. Según datos del Banco de la República, la reducción gradual de las tasas de interés, junto con la recuperación parcial del empleo, ha permitido que más familias puedan pensar en comprar vivienda. Esto abre una ventana de oportunidad para dinamizar el sector. Sin embargo, la oportunidad puede convertirse en frustración si la oferta no logra responder. Es como tener sed en medio de un río seco: hay disposición de consumo, pero falta la materia prima.
El dilema que hoy enfrentamos no es únicamente económico, sino también social. La vivienda es mucho más que un techo: es un activo que genera seguridad, estabilidad familiar y patrimonio. Cada proyecto que no se inicia es una familia que aplaza su sueño, un empleo que se pierde en la obra o un proveedor que deja de facturar. No podemos permitirnos que la recuperación de la confianza ciudadana se diluya en la inacción.
Aquí surge la gran pregunta: ¿estamos realmente alineando esfuerzos para que la reactivación sea sostenible? Los empresarios necesitan reglas claras y estabilidad jurídica; las familias requieren subsidios bien focalizados y condiciones financieras accesibles; y el Estado debe liderar con visión, eliminando trabas innecesarias, acelerando licencias y articulando políticas de suelo y urbanismo. Sin esa sinergia, seguiremos atrapados en un círculo vicioso: más demanda que oferta, más expectativas que realidades.
Según Camacol, por cada 100.000 viviendas nuevas que se construyen en Colombia se generan cerca de 400.000 empleos directos e indirectos. Ese dato basta para dimensionar lo que está en juego. No se trata solo de ladrillos y cemento, sino de un motor de empleo, de ingresos y de desarrollo territorial. Reactivar la construcción de vivienda es, en sí mismo, una política social de alto impacto.
El momento exige liderazgo y acción decidida. No basta con celebrar la recuperación del crédito; es urgente convertirla en un verdadero motor productivo que impulse nuevos proyectos, fomente la inversión y genere empleo. De lo contrario, corremos el riesgo de celebrar hoy el acceso a crédito para terminar lamentando mañana la ausencia de vivienda nueva.
Porque, al final, la vivienda es futuro. Y si no construimos desde hoy, el país se quedará sin cimientos para sostener sus propias esperanzas.
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