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MIGUEL, EL HUMANO.

Esta semana, el país fue testigo de una noticia que golpeó en lo más profundo del corazón: el trágico fallecimiento de Miguel Uribe Turbay, una joven promesa política que murió a manos de la violencia. Sí, esa misma violencia que, con sus balas, no solo apaga vidas, sino que también intenta extinguir la esperanza, fracturar la unidad nacional y acribillar el anhelo de un futuro mejor y más estable.


Pero en estas líneas no quiero referirme únicamente a su partida física o a su partida como político. Sobre este lamentable hecho, con seguridad, se habrán escrito muchas columnas y se habrán dedicado incontables espacios de opinión y homenajes. Hoy quiero detenerme, en primer lugar, en su familia. La ausencia de Miguel deja un hogar profundamente herido, con un lugar en la mesa que jamás volverá a ocuparse. Un asiento que no estará presente en las celebraciones de Navidad, que no soplará velas en los cumpleaños y que no festejará un aniversario junto a su esposa. Sus hijas, su hijo y su compañera de vida guardarán su recuerdo en cada fotografía, en cada video, en cada anécdota que seguirá latiendo sin cesar. Porque se silenció una vida, pero no el inmenso amor de esposo y padre.


También pienso en sus amigos, colaboradores y seguidores. Cuánto dolor inunda hoy sus corazones. Personas que encontraban en Miguel un confidente, un cómplice, un ejemplo y un líder. Muchos de ellos habían depositado en su liderazgo sus sueños, sus proyectos y sus esperanzas. Hoy todos se sienten como tripulantes de un barco sin capitán, navegando en un mar de lágrimas. Porque cuando se va un amigo, se va un líder…  también se va una parte de nosotros mismos.


Y como Miguel, son cientos los que han sido víctimas de la violencia, del odio y de la indiferencia; arrebatados por manos que no desean que avancemos como país. Para ellos, la sangre y el dolor parecen moneda de cambio. No podemos ser ingenuos y pensar que este hecho tan doloroso bajará el tono de la discusión nacional. Vivimos inmersos en una indiferencia social y política tan grande que parece casi imposible de aplacar.
Sin embargo, como bien dicen, la esperanza es lo último que se pierde. Tal vez el mayor homenaje que podamos rendirle a Miguel y a todos los que han caído, es no dejar que sus muertes sean en vano. Que su recuerdo sea el motor para construir un país donde la vida se respete, el liderazgo honesto florezca y la violencia deje de ser una sentencia anticipada.

Andrés Saavedra.

Agosto 17 del 2025

@AndresSaavedra_ - @asaavedraluna

 
 
 

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