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ZOZOBRA Y DOLOR

Actualizado: 5 ago

El país aún no logra sanar de las imágenes estremecedoras del pasado sábado 7 de junio. Ese día, la vida del Senador y precandidato presidencial, Miguel Uribe Turbay, pendió de un hilo a manos de un joven cuya violencia sorprende y duele. Fue un hecho tan impactante como los peores episodios de nuestra historia reciente. En medio de esa sombra, bastó un solo segundo para que todo pareciera volverse aún más incierto.

El martes 10 de junio amanecimos con el corazón encogido. El suroccidente colombiano— especialmente Cauca y Valle del Cauca—fue sacudido por una sucesión de explosiones. Una tras otra, las noticias de atentados llenaron el aire. Cada vez que creíamos haber visto lo peor, invariablemente surgía otro estallido, otro grito de alarma que removía nuestros cimientos.

“La zozobra”, dice la Real Academia Española, es la “inquietud, aflicción y congoja del ánimo, que no deja sosegar…” — es esa sensación exacta que ahora nos envuelve. Nos invade el temor: el miedo de recordar aquellas épocas teñidas por los carros bomba, el pavor de revivir afectaciones que una vez paralizaron no solo nuestra seguridad, sino también nuestra economía. Y muchos jóvenes —quienes creían que ya nada así podría volver a ocurrir— hoy miran incrédulos la realidad, preguntándose si el país ha retrocedido en el tiempo.

Surgieron voces que buscaron culpables. Algunos susurraron que todo formaba parte de un calculado montaje para infundir miedo y “vender seguridad”. Pero entonces, al mediodía, apareció un comunicado del Estado Mayor Central (EMC) de las FARC. En el, pedían a la población civil evitar las zonas de ataque y culpaban al gobierno y a las “tropas gringas”. Aquella declaración, por repugnante que fuera, nos arrojó la cruda verdad: quienes han tejido esta red de violencia son quienes pretenden imponernos el terror.

Y duelen… Duele el ataque a Miguel Uribe Turbay. Duelen los policías y civiles heridos. Duelen las vidas que se apagaron a causa de esas bombas. Duele ver cómo el miedo paraliza al padre o a la madre que miran al reloj para ir a recoger a sus hijos al colegio. Duele el vendedor ambulante que, con manos temblorosas, decide regresar a casa en lugar de vender su mercancía; o el vendedor que sí decidió continuar con su jornada a pesar del latente temor. Duele el taxista que atiende con voz temblorosa una llamada familiar para saber si se encuentra bien. Duele el comerciante que, temeroso, cerró su negocio y no pudo alimentar a su familia ese día.

Todos ellos deben dolernos, porque todos son seres humanos, todos merecemos algo mejor. Lo único que anhelamos ante tanta turbulencia es un poco de tranquilidad, estabilidad y el poder salir adelante. ¿Es demasiado?

Andrés Saavedra.

Junio 16 del 2025

@AndresSaavedra_ - @asaavedraluna


 
 
 

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